martes

LA REBELDÍA NORMALIZADA


Imagen: elevart.org


Enero 2019

 

Días pasados conversaba con un compañero sobre las preocupaciones que todavía me acompañan en relación a la posibilidad que uno termine siendo algo o mucho de lo que criticó toda la vida. Sin dar nombres, ni lugares ni circunstancias recuerdo que en mis comienzos laborales (sobre todo) observaba a más de uno y me decía: ¡ojalá que no termine así!!

Si usted posible lector me conoce y sabe de las macanas que me he mandado durante los últimos tiempos podrá decir con mucho atino que ¡ya es demasiado tarde! Punto para usted.

No es que le esquive al tema, sino que me interesa pararme en otro lugar donde quizás también este contenido este aspecto. Así que querido lector (conocido) puede armar su lista de yerros tranquilo que quizás me ayude a mirar mis propias miserias.

No es desde un punto de vista moral que me interese analizar estos temas. No solo porque quedaré irremediablemente mal parado sino porque creo que las cosas son un poco más complejas. Creo que el propio sistema en el que vivimos posee sus propias dinámicas que van moldeando a los individuos como un trabajo silencioso del cual es muy difícil escapar si se quiere el término. No son pocos los que piensan que ver al sistema como un gigante malo que hace y deshace a gusto la vida de todos es de un reduccionismo precario y que además este planteo encierra una subestimación hacia los individuos ya que serían solo una especie de títeres manejados por otros.

Por mi parte me inclino a pensar en un sistema como un gran entramado de vinculaciones y significados que le van dando sentido a la realidad y al lugar que uno ocupa en el mismo. Dentro de contextos de dominación social con lógicas determinadas, intereses determinados y sus estrategias al respecto. Simplón y corto lo mío, pero a lo mejor me sirve.

Lo que estoy tratando de decir es que todos cumplimos un rol dentro del sistema. Tanto el operario de fabrica como el que se desempeña como docente. En este sentido técnicamente somos “funcionales” al sistema en que vivimos; es decir que hacemos posible que el mismo pueda funcionar. De todas maneras, esto no significa apoyar sus aspectos injustos. Está claro. ¿Está claro? porque si nosotros mismo somos parte del sistema y el sistema son las personas que lo conforman ya que no es una entelequia, me parece. ¿Cómo podemos tener en claro qué cosas y de qué forma no somos reproductores de ese sistema si somos parte del mismo?

Si usted es de los que piensan que ya bastante hace resistiéndose a las injusticias del sistema, a las políticas de este gobierno macrista en su lugar de trabajo y en la vida misma; con su militancia y su resistencia puesta a prueba todos los días como para que alguien que seguramente no tiene autoridad ni los pergaminos suficientes le venga a sugerir que quizás está ayudando a reproducirlo. Si esto le ha molestado, quizás tenga razón y usted haya llegado al típico capítulo de un libro que muchas veces se pasa de largo. Sepa disculpar mi atrevimiento. Y si quiere saltearse este capítulo hasta el siguiente en donde retomo una escritura tal vez menos densa sin tantos cuestionamientos lo puede hacer con toda libertad. Quedará entre usted y yo en todo caso el secreto de saber que no ha leído el libro completo. Si llegamos a cruzarnos personalmente puede guiñarme un ojo y no lo incomodaré con algún comentario al respecto.

Entiendo que si está transitando este párrafo es porque está dispuesto a husmear en esa posibilidad (sin el extremo de pensar que somos títeres manejados por otros) de plantear que hay lógicas del sistema que vamos tomando y haciéndolas propias sin darnos cuenta. Muchas veces simplemente por no verlas, otras porque quedamos tomados por ellas para poder sobrevivir en organizaciones en las cuales si no lo hacemos lo cotidiano se nos convierte en un litigio constante. A veces son decisiones conscientes y a veces (incluso por características o carencias personales) por ejemplo terminamos creyendo que la empresa en la que trabajamos es como nuestra familia y hablamos como si fuéramos socios; en el caso de una escuela el portero puede creerse dueño de la puerta o un docente se preocupa más por cuidarse sus espaldas en vez de hacer su trabajo.

No quisiera escarbar en esos asuntos en donde lo que se es consciente o no porque es un hilo muy delgado y el dedo acusador se nos suele levantar fácilmente. De ultima: cada cual que se haga cargo de lo que quiere asumir o no.

Lo que sí me parece interesante es husmear por aquellos lugares en donde la mayoría suponemos que poco tenemos que ver con ser funcional a un sistema; es decir que colaboramos de una u otra manera para que la cosa funcione. Sin embargo, todo parece indicar que vamos asumiendo un rol que nos va quedando cómodo tanto al sistema como a nosotros mismos. Si pensamos por ejemplo en la vida cotidiana veremos que está plagado de hábitos nuevos y no tan nuevos ligados casi siempre al consumo que fuimos adquiriendo de forma activa en esto que se dio en llamar: Capitalismo. Creador continuo de nuevas necesidades para convertir todo (o casi) en productos vendibles. Es en este intercambio básico en donde encontramos nuestro propio accionar para que la rueda siga girando. Sacando las necesidades básicas como para poder graficar la explicación podremos abordar el tema de las comunicaciones y la tecnología como un tema en general recurrente y señalar que alguna vez nos vasto solo con tener teléfono de línea para poder vivir. Es ahora un argumento cierto pero arcaico a esta altura del desarrollo del consumo, era solo para intentar ser más claro.

 Sin embargo, el modo en que se usan los dispositivos que acceden a las redes y sus distintos formatos va seduciendo el narcisismo del militante social más comprometido que pone por delante los beneficios y subestima los perjuicios que esto puede acarrear; como por ejemplo el tiempo que dedicará en atender su aparato, su dependencia y lo que reciente a los vínculos interpersonales como consecuencia clara. Aspectos altamente naturalizados hasta el punto que molestan hasta leer sobre ellos. En este mismo sentido podríamos mencionar el ingreso impulsivo de datos personales para conseguir promociones en la compra de productos que nos coloca en esa relación de ida y vuelta entre lo que el mercado quiere de nosotros y lo que voluntariamente le ofrecemos para moldear nuevas formas de consumo.

Es decir que ya sea por acción u omisión vamos alimentando el sistema de información que nos moldeará como usuarios y clientes. Por supuesto que no ahondaré en el tipo de comunicación que trae aparejado el uso de estas tecnologías marcado por las reinterpretaciones constantes y su influencia en nuevas subjetividades que se van construyendo a luz de estas lógicas porque merecería un capítulo aparte.

Me vuelvo a preguntar sin atinar aún una respuesta clara: ¿somos productores o reproductores de los contenidos que circulan?

Las fake news, los memes, la palabra acotada y la supremacía de la imagen nos va colocando en un plano determinado de formas de consumir la información. Incluso a los que creemos en que todo es político en el plano comunicacional subestimamos su importancia como si fuéramos apolíticos “no deber ser para tanto” nos decimos a nosotros mismos.

Pero los que dudamos y titubeamos somos nosotros; la sociedad de consumo convierte desde una remera del Che Guevara en una oferta hasta un programa que hable del Poliamor en un producto. Todo parece transformarse para consumir. ¿Es posible escapara a esto?

¿Nuestras posturas políticas, nuestros estados de ánimo también podrán convertirse en bienes de consumo?

Hay quienes hablan del consumo irónico que sería algo así como personas que consumen contenidos que nos les gusta en distintos formatos (tv y redes sociales) solo para ver cómo funcionan y tener argumentos para criticarlos; incluso hay grupos que se juntan para ver programas de tv que detestan solo para reírse en grupo. Se burlan, repudian consumiéndolos y lo que uno creería que es sumamente saludable termina dando legitimidad con su encendido o con su visita. Terminan ayudando al rating y viralizando contenidos reenviándolos a otros que quienes muchas veces los dan por válidos.

La funcionalidad de estas acciones no requiere de mucho análisis, pero nos coloca en otro lugar menos independiente del que muchos creemos que tenemos dentro de la sociedad. La palabra libertad se va acotando quizás porque la definición de libertad relacionada con democracia también se devalúa en pos de una sociedad con altos grados de control y consentimiento. No hace falta ser un tonto o un oficialista para ser colaborador.

El gobierno de la ciudad de Bs As viene impulsando un proyecto desde varios años para construir un lugar exclusivo para protestar. Un lugar exclusivo para la rebeldía del que no está de acuerdo, del que necesita expresar a su modo su repudio o su reclamo. Rebeldía con permiso. Entrar en la norma, ¿cómo podría llamarse? Si nos remontamos a los principios del gobierno de Macri y su brutal represión a los maestros; una de las razones que daban era que no estaban autorizados a protestar; con todo lo ridículo que sonaba aquello hoy parecería seguir tomando forma.

En la sociedad que se va construyendo parece que cada uno tendrá reservado su lugar. Los que se resisten también porque la idea de esta democracia es que cada uno pueda seguir un protocolo incluso los marginados y victimas del mismo. Hay algo del transitar de cada uno por su carril sin molestar al otro que se percibe como civilizatorio, este rol parece cumplir, de hecho, el metrobus al ordenar las últimas protestas asemejándose a una especie de protestómetro (su medianera funciona como gradas), Las fuerzas de seguridad solicitan a los movimientos sociales que les informen con anticipación por cuales calles marcharán así se les reserva el paso y cierto orden no se ve perturbado. Cada uno en su lugar los ciudadanos que protestan por un lado y los que no por otro. ¡Una tranquera que se abre para separar el ganado!

No, es mucho decir…. por supuesto. ¿Construirán un molinete donde colocar la SUBE y poder pasar a protestar?

Solo exageraciones.

Porque están haciendo lo que hay que hacer. Porque por suerte cada uno cuenta con una aplicación para poder participar en este país. Porque... ¿la democracia es eso? ¿no? Participación que te permite vivir normatizado, en regla…incluso para los que no les gustan estas reglas… ¡A los que no les gustan nuestras reglas por este carril por favor!!!...., ¡Gracias! ¡Bienvenidos!!!....

Porque no es el gobierno, no es Macri: es el sistema. Ese que nos prepara todo el tiempo un lugar con una credencial en la mano y nos invita a lo que parece inevitable. Sus decorados son cada vez más fuertes y difíciles de romper. Ya en Truman Show hubo ese problema y quedó todo al descubierto (tratarán que no se repita). Han aprendido, se han sofisticado tanto como el film interactivo de Black Mirrow (Bandersnatch) tan distópico que uno no sabe si es premonitorio o solo juega con nosotros a que creamos que somos los guionistas de la historia manejando la vida del protagonista como se nos antoje. Como un títere que obedece nuestras indicaciones. Quizás terminemos tan sorprendidos como el personaje que se da cuenta que alguien lo está manejando; y podamos ver que hay otros guionistas que nos hacen creer que somos nosotros los dueños plenos de nuestros actos. Sería tan cruel el descubrimiento que buscaríamos desesperados el botón de reinicio con la ilusión de manejar el tiempo. Como en aquella vieja novela de Unamuno en donde Augusto descubre que es solo un personaje creado de por un autor. (Niebla 1914).

¿En que estarán intentando convertirnos y nos damos cuenta todavía?

Porque por momentos parecemos candidatos a convertirnos en…los administradores de las sobras del sistema, a ser más funcionales que funcionarios del Estado, a estar acostumbrados, a ser espectadores, a la chatura, a la decepción que tenemos del otro que siempre roza la soberbia, a estar solos, a la queja, a pensar obsesivamente en la derrota, a la resignación, a aspirar solo a que te alcance el sueldo, a saberte con razón cuando miras por la ventana y saber que eso sirve de poco, a conformarnos solo con encontrar películas progres en Netflix y a saber que no somos los responsables de lo que sucede. Al rencor y al resentimiento. A dejar de preguntarnos, a ser correctos, obediente o rebeldes con permiso. A comprar remeras de Che en el Shopping con la tarjeta de débito. A ser militantes populares pagando viajes a Disney en cuotas, a ser compradores de electrodomésticos y alimentos sin gluten sin saber de qué se trata, a ser solo oyentes indignados de Víctor Hugo, a dejar de ser y no darnos cuenta.

¿En qué te han convertido Daniel? … ¿en un panelista de 678?

Y enseguida se nos viene al recuerdo el ex candidato con menos pasión de la historia que se quedó solo con su corrección insulsa buscando explicar lo que parecía inexplicable.

El sistema no es un monstruo que te señala con el dedo y te convierte en algo; pero normatiza a pesar nuestro.

¿En que nos estarán convirtiendo entonces? Y mientras lo pensamos nos damos cuenta de que la cara que puso Scioli en esa ocasión es parecida a la que ponemos los que apoyamos críticamente al otro gobierno y queremos que al menos nos escuchen un poco en alguna reunión: “Yo no soy kirchnerista pero” …como si fuera necesario para ser escuchado tener que negar al de los que somos (incluso no siendo kirchneristas).

¿Nos estarán convirtiendo en pequeños Sciolis?

Con una rebeldía normalizada inocua e inofensiva que nos alcanza para levantar un poco la vos, conversar con amigos sobre la última marcha o estar replegado en los ámbitos familiares.

¿Cómo es ser rebelde en estos días?

¿Cómo salir de ese molde que nos arman? Quizás como en otros planos de esta vida posmoderna ya no se trata de ser sino de “estar”. Estar atentos y en movimiento constante para quedar tomados lo menos posible.

Un referente social de mi barrio cuando yo era un pibe me decía que el sistema era como estar en un lavarropas. (Obviamente imaginemos un lavarropas viejo). “Hacemos el mismo movimiento que la ropa, la mayor parte del tiempo estamos hundidos, sacudidos y dando vueltas. Pero en algún momento emergemos a la superficie y podemos ver algo”.

Quizás se trate también de algo más colectivo la posibilidad de “ver algo”. De estar en movimiento constante tratando de desmarcarnos como en el fútbol, no solo para que pueda llegarnos la pelota sino porque necesitamos estar con otros en el mismo juego.

 

Ricardo Hernández

Libro "La palabra como resistencia, relatos de la otra pandemia"