miércoles

Me pidio un vaso de agua y lo hice pasar



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Me pidió un vaso de agua y lo hice pasar. Tenía la cara de un pibe de 15, pero no creo que llegara a 8.
Subió la escalera mirando para todos lados, intentó hacerse el canchero, pero se notaba que tenía miedo. Anda a saber qué pensaba.

- Yo lo espero acá “don”, me dijo y se quedó a un costado.
- Bueno, como quieras- le dije mientras caminaba en búsqueda del agua.
- ¿ Queres coca?
- Bueno – dijo y se tomó el vaso lleno de un trago.

Miró hacia la puerta entreabierta con desconfianza

– Mejor me voy mi viejo debe estar por venir.
– Yo todavía no comí, me iba a hacer unos patys. ¿Si querés te preparo alguno para vos?
– Pasá! Dije si esperar respuesta.

El se quedó parado, como duro, unos segundos. Yo no esperé y me fui a la cocina. Puse los patys a la plancha y por suerte no escuché el ruido de la puerta de salida. Llevé dos platos a la mesa y lo vi parado enfrente del monitor de la computadora.

- ¿Te gustan las computadoras?
- Si, -dijo mientras se levantaba el pantalón de shogin que le quedaba grande.
- Yo tengo una en mi casa pero no tiene pantalla. Mi papá dice que si encuentra alguna tirada se la va a poner.

- ¿Tiene jueguitos?

- No, no tiene porque yo la uso para trabajar.

- Hizo un silencio mientras posaba su mirada en los retratos de la pared.

- ¿ Y quién es?

- Es mi hijo, cuando era más chico. Ahora tiene 10 años.

- ¿Vos cuantos años tenés?

- 9…¿y vos?

- 41.

- ¿Lo comés con cubiertos o te hago un sanguche?

- ¿Un sanguche?

- Si querés te podes lavar las manos, le dije y se miró las manos por un momento largo. Se levantó y fue al baño. Me extraño que no me preguntara donde quedaba.

- Porqué tiran juguetes ustedes?

- Me sorprendió la pregunta. Hasta ese momento creí que el que tendría la iniciativa con preguntas era yo. Tardé en contestar.

- No sé… habrán estado rotos, supongo. Me dio vergüenza mi respuesta pero no encontré otra.

Mientras le echaba mayonesa a su sanguche sentí que se le había ido la desconfianza. Me pidió permiso para servirse coca y se comió el segundo paty. Estuvimos comiendo en silencio unos minutos. El observaba toda la casa, ya no tenía miedo a que lo sorprendiera en su curiosidad. Se detenía en las cosas que le llamaban la atención, preguntaba, ceñía el entrecejo mientras yo solo lo observaba. El se daba cuenta de esto, sabía que era el centro de atención y se dejaba mirar. Lo que veía era que cuando la expresión de su rostro se relajaba parecía más niño; o mejor dicho parecía volver a los 9 años.
En un estante de la biblioteca había un maso de cartas que le llamó su atención. Lo bajé se lo regalé y me contó que con su hermano Lucas se pasan todas las tardes jugando a las cartas. Me habló del chinchón, de la escoba de 15 y del chancho. Me dijo que estaba tratando de aprender el truco pero que le costaban las señas y eso hacía enojar mucho a Lucas.
Me animé con el chinchón y jugamos un rato. Nos sentamos en la terraza mientras el sol de la tarde se apagaba despacio. En un momento dado como de la nada y con las cartas en la mano me dice:

- Mi papá está preso…
- No supe que decirle, no quería incomodarlo y me había desconcertado ese comentario.

- ¿Pero a quién esperabas hace un rato?

- Es Mario el marido de mi mamá.

- Haaa..y hace mucho que está preso?

- . Si hace mucho…

- Y vos lo vas a ver?

- Fui dos veces, pero mi mamá dice que no es lugar para chicos.- Dijo eso y se le coló un angustia en la cara.

- Me levanté y no hice más preguntas – Voy atraer un poco de jugo.- dije mientras el apoyaba sus cartas con dos juego armados, no había cortado, no se porqué.

Cuando volví ya no estaba. Lo busqué en el baño, en la galería, hasta en el lavadero por si se había decido a seguir explorando y nada. Intuí que el tema de su padre había sido algo incómodo para el y yo no era más que un desconocido sin derecho alguno para hablar de esas cosas. Miré desde la terraza a la calle sin ninguna esperanza y lo veo parado en la esquina de mucho dialogo con un chico mayor que él; le hacia gestos y ademanes como tratando de explicarle algo. El pibe le dio la mano o mejor dicho los dos hicieron sonar sus manos como un saludo infantil y cómplice.
Para mi sorpresa se dirigío a mi puerta y entro. Yo me fui para adentro no quería que pensará que lo estaba vigilando.

- Pensé que te habías ido- Dije.
- Le fui a decir al Guille que le diga a mi vieja que estoy acá.
- Y no se irá a preocupar Ché?
- No porque le dije que estaba en la casa de mi tío.
- Haaa… tenes un tío?
- Si yo siempre me quedo a dormir en su casa.
- Entonces te podés quedar hasta tarde!
- Ahaaa.djo.

Terminamos el chinchón inconcluso y charlamos un rato. No volví a tocar el tema del padre. Un poco para no incomodarlo y otro poco porque me hablaba de Lucas, su hermano, con mucho entusiasmo. Era una especie de ídolo para él.

Se hizo tarde y le pedí que me acompañara a el almacén. Compramos Coca y papas fritas. Gustavo me preguntó quién era y yo le dije que era mi sobrino, a él paree que le gustó porque hizo una sonrisa.

Mi médico me había prohibido los carbohidratos, pero hoy tenía hacer honor a mi visita que parcía feliz apretando con sus dedos la bolsa de paras fritas frizadas.

- Algunos dicen que son “nabos”- le dije señalando a las papas,

- ¿Qué son los nabos?

- - Unas papas “raras” contesté sin convicción.

Al subir me pidió que le pusiera la película de el Hombre Araña. Comió mirando la tele y haciendo comentarios sobre telas de araña y duendes verdes.

Mi mujer me llamó y estuve largo rato con el teléfono en la mano(a él pareció no molestarle).
La película dura más de tres horas y él quería ver las tres versiones.

Parece que ni suegra estaba mucho mejor, ya no estaba internada. Mi hijo jugaba con sus primas y me saludaba a los gritos desde algún lugar de Rosario.
Colgué y al darme vuelta lo veo dormido sobre el sillón, desparramado y abrazando una revista de historietas que le presté. Lo miré largo rato: tenía un gesto al dormir, que me parecía algo más que contento. Porque contento resultaba una palabra burda para ese gesto, era algo más. Era como un pájaro descansando en un remanso que en cualquier momento se despertaba y levantaba vuelo otra vez…eso era . Era libre, ese gesto tenía en la cara.
Lo levanté despacio y lo acosté así como estaba en la cama de mi hijo. Algún día le explicaré.

Esa noche dejé la ventana abierta, por si despierta y se le ocurre volar.


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