Un equipo de emergencia, un equipo especial, un equipo de apoyo, un recurso para las escuelas, un equipo de supervisión, un grupo de engreídos recorriendo las escuelas, los alcahuetes de la inspectora, un grupo de bomberos apagando incendios.
Algo de lo imaginario y algo delo real siempre sobrevuela la práctica de los EDIAS. Porque intervienen, en general, en situaciones complejas en donde se tiene que sortear "lo instituido" del sistema y caminar por ese borde sinuoso de la incomodidad que genera una mirada externa.
Muchas veces más proclives a la intervención concreta que al informe y la sistematización los siguientes textos intentan reflejar algo de lo que el EDIA de San Fernando ha vivenciado durante este tiempo; quizás intentado dejar una huella en esto tiempos de embates a la memoria.
------------------------------------------------------------------------
El Muro, La Cinchada, El Capanga y otros delitos.
Intervención del EDIA.
Secundaria N° 15. Villa Jardín.
Coordinación: Fabio Szteinhendler
Coordinación: Fernando Beracochea
Observación-Registro: Ricardo Hernández
Año:2016
Año:2016
Entramos al aula,
saludamos y nos sentamos en distintos
lugares. Fabio pregunta si tienen ganas de jugar y algunos tímidamente contestan
que sí. Al sentarme tengo un cuaderno en mis manos y aclaro que voy a tomar
registro de lo que sucede, que no se trata de un examen. ¡Es un examen a
nosotros! dice Fernando, se ríe y quizás marque un tema que atravesará todo el
encuentro: la mirada de los otros.
Sin mucho preámbulo nos
dirigimos al salón de usos múltiples o salón de actos y comedor compartido con
la escuela primaria. Las mujeres tienden a sentarse en las sillas y los varones
se mantienen parados esperando indicaciones.
Los coordinadores (Fernando y Fabio) sostienen
las sogas de los extremos. Fabio explica
el juego llamado “El Muro”.
El juego consiste en que un grupo debe atravesar un muro
imaginario construido con una soga colocada a una altura lo suficientemente
alta como para no saltarla a simple intento y tampoco tan alta para que no sea
imposible. Los jóvenes deberán construir estrategias para saltar la soga sin
tocarla.
Al ingresar las auxiliares
de la cocina salen a mirar de qué se trata con mescla de asombro y desconfianza.
Los chicos vociferan y se sientan en una mesa rota, se cae.
Un grupo de varones utilizan
otra de las mesas y la acercan a la soga, se suben a la mesa. La soga todavía
esta alta y no hay modo de apoyarse en nada para tomar impulso. Uno de ellos
salta sin tocarla y todos aplauden. Así pasan dos y uno cae al piso con el
impulso.
Solo quedan dos varones del
otro lado de la soga y uno de ellos dice que está golpeado en la pierna ya que
juega al rugby.
Me
encuentro sentado en una mesa amplia y una docente de la escuela primaria se
acerca con gestos de enojo hacía mí. Me pregunta si soy docente. ¿Tienen que
utilizar las mesas de esa forma? Arremete como un reto.
-Estamos
utilizando los recursos que tenemos!.... le contesto y la misma se retira
indignada.
A uno se le ocurre levantar
en brazos a otro como estrategia para cruzar la soga y todos se ríen, aunque da
resultados y varios pasan “el muro” como bebes a upa.
El juego tiene como varios
micromundos moviéndose al mismo tiempo: los de la soga; preocupados por encontrar una estrategia, los
que ya pasaron y los que no se animan todavía que son motivados por estos
primeros. En su mayoría son las chicas las que no se animaron todavía y se
produce como un juego de seducción de los varones que se acercan a
convencerlas. Ellas están sentadas y la escena es semejante a la de un baile
antiguo en donde los hombres se acercan a invitarlas y ellas haciendo muecas
con la cabeza dicen que no.
Otros “envalentonados”
vuelven a saltar el muro y ya son un “derrroche de optimismo”. Los
coordinadores piden a todos que insistan a los que todavía no saltaron y el
griterío se apodera del momento.
Fabio y Fernando bajan un
poco la soga, las chicas aceptan la galantería y saltan de a una. Un varón
llamado Francisco no quiere pasar y no esta dispuesto por ninguna razón. Sus
compañeros dejan de insistir porque sus gestos marcan el límite a todos y como
si fuera un código o acuerdo nadie está dispuesto a obligar a nadie a jugar.
Sin embargo cuando la
atención vuelve a la soga Francisco se decide a saltar y el juego termina.
Los chicos están agitados moviéndose como sin
saber dónde ubicarse como si el espacio de todos los días se hiciera
desconocido de repente.
Fabio va armando dos grupos de chicos mixtos sin describir
el próximo juego y todos miramos ese armado de cuerpos moviéndose esperando
indicaciones. De a poco una “Cinchada” va tomando forma y ya no hay nada que
explicar sino más bien prepararse para hacer fuerza.
Fernando que se cola en el medio de la soga para marcar
el avances y retrocesos de cada grupo. Todos comienzan a tirar y las caras se
ponen serias: la combinación de competencia y fuerza física crean un clima de
clara competencia. Nadie quiere perder y menos por débil.
La soga y los dos grupos se bambolean de un lado a otro y
Fernando como un agente de tránsito marca con su mano a dónde es el límite de
la soga. Fabio va incorporando a los nuevos que se animan para el lado más
flojo. Saca de un lado y pone en el otro; hay algo que se va armando y algo que
se va desarmando. Lo que se arma todavía no está claro pero lo que se desarma
claramente es que ya no se puede discriminar entre un “ellos” y un “nosotros”.
Ahora todos se mesclaron y el objetivo primario de ganarle a “ellos” le dio
lugar a sumar fuerza donde te toque
estar.
Los dos únicos que eligieron quedarse afuera no sabían a
quien alentar porque tenía amigos de los dos lados. Finalmente un lado cede,
hay un grupo ganador, termina el juego.
Hay entusiasmo en el gran salón y los alumnos de tercero
se hacen escuchar a cuanto auxiliar y docente que circule por allí.
Fabio pregunta si quieren seguir jugando y todos
contestan que sí.
Parado enfrente de todos va explicando cómo jugar al
“Capanga”. Un juego que se trata de un personaje que solicitará distintos
objetos de difícil ubicación y el grupo que los traiga primero será el ganador.
El primer paso es el de armar grupos. En ese momento
ingresa al salón el Director de la escuela advertido por la vicedirectora de la
escuela primaria sobre disturbios en el lugar y mal uso de las mesas y sillas.
El Director lejos de llamarnos la atención se suma al
juego ayudando al armado de equipos mixtos.
El Capanga pide: algo de color rojo y con la condición
que los que lo traigan lleguen abrazados.
Dos varones se acercan con una zapatilla en las manos
abrazados y saltando ya que uno de ellos estaba descalzo.
Uno que se queda afuera dice: ¡Que trucho este juego!
El “Capanga” pide una toallita higiénica femenina y todos
se miran como escuchando una misión imposible. Entonces el Director cual si
fuera un niño de diez años sale corriendo del salón y recorre media escuela en
pos de una misión que por su desesperación, todos podrían asegurar que se juega
el cargo. El que dijo que el juego era trucho es el primero en pararse en la
puerta para ver la corrida del Director. A los minutos vuelve triunfante con la
toallita que nadie se animó a preguntar de donde la sacó. Punto para su grupo
El “Capanga” pide un reloj y en la era de los celulares
nadie pudo encontrar uno.
El “Capanga” dice que todos tienen que gritar ¡Somos
locos! Abrazados en un círculo.
El salón se convierte en un griterío de repente. Hasta
que el “Capanga” pide una demostración de afecto: un abrazo caracol. Entonces
se abrazan con un brazo y con el otro incorporan a otro/a para luego cerrarse
en sí mismo. ¡Falta más gente! grita un chico y casi todos forman parte del
juego.
El juego terminan y los
coordinadores invitan a un aplauso mientras un perro que entro al salón le hace
fiesta con la cola.
Entonces la intervención del
EDIA culmina para tranquilidad de algunos y el entusiasmo de otros. Los
aspectos interesantes de la actividad no solo ocurrieron con los jóvenes/niños
sino con los adultos que sintieron invadidos sus espacios y las lógicas en las
cuales se mueven en esos espacios. Demasiado transgresor resulta en la
estructura escolar rígida como para andar sacudiendo los cuerpos solo para
jugar, eso incomoda. Lo aceptado esta encarnado en personas concretas que
vieron en esos minutos cuestionar sus modelos de autoridad. “No hay respeto”
dijo alguno y por suerte no lo hubo a ciertos paradigmas y concepciones de la
educación que impiden usar una mesa para jugar. Los curiosos, los incómodos,
los escandalizados, los ofendidos son muchos de los que reclaman la ayuda de
profesionales externos para los
problemas con sus alumnos. Pero a la hora de actividades concretas ya no
les gusta tanto, generalmente el EDIA lleva cosas que no les gusta, que no han
pedido, que van en contra de sus convicciones, que los interpela, que los
expone demasiado. El EDIA entra al trabajo con los pibes por los lugares
incómodos que los demás no quieren o no creen, suele entrar al acto educativo
por ciertos lugares simples pero transgresores, sacudiendo cierta modorra y
transgrediendo ciertas normas que todavía no se sabe dónde están escritas. Al
EDIA todos le abren la puerta pero como a un niño más le gusta entrar por la
ventana.
…entrar a la casa por la ventana y no por la puerta
por una puerta se entra a muchos sitios
al trabajo, al cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios del mundo, pero no al mundo,
ni a una mujer, ni al alma….
J.Gelman
------------------------------------------------------------------------------------------------
El
otro 12 de Octubre.
Cuando el EDIA se hizo
presente en la escuela su llegada no fue precisamente el descender de los barcos
pero más de un comentario nos señalaba como que habíamos “bajado de la provincia”.
Es decir que llegábamos de allá lejos y
de arriba. La autoridad de “La Plata” como también suele mencionarse había
enviado un grupo de intervención para una situación de emergencia.
Las inspectoras de las
distintas áreas, coordinaban las acciones “en persona” acompañadas por lo que el imaginario hacía
circular de manera explícita o implícita como” los especialistas “. Les aviso
que éramos nosotros.
Reconstruir lo que había
pasado no fue fácil y a pesar que las primeras reuniones y entrevistas
apuntaban a eso. Una ola de rumores comenzaba a desbordar la escuela como un
vaso lleno en donde la gota que derrama todo era la falta de escucha.
Una presunción de abuso, una
directiva que subestima la situación y no interviene, un fin de semana de por medio,
una profesional sospechada, más silencio de la institución y la denuncia penal
explota como bomba defensiva ante tanta negligencia.
Un grupo de niños hostigadores
habrían metido a otro niño menor adentro del baño realizando juegos sexuales
abusivos. La denuncia dice abuso sexual y un perito dice que no hay huellas de
penetración (tampoco la descarta). No se precisaba cuando fue lo sucedido y
esto impidió poder establecer quien
debería haber estado en ese lugar cuidando a los niños y no estuvo.
Con los medios en la puerta
la tensión crecía con el paso de las horas. Un video de lo sucedido que nunca
apareció, una Fonoaudióloga que hizo borrar videos y fotografías sin
explicación alguna. Dos niños involucrados, lo judicial, la protección hacia
los menores, el relato perdido, las hipótesis, las contradicciones. Una
institución intervenida de hecho y una maraña de rumores sobre lo sucedido y
sobre lo que podía suceder exponían a la escuela como si fuera un barco en
medio de una tormenta y a punto de naufragar. Algunos tenían salvavidas y otros
se hundían por su propio peso como anclas oxidadas sin vuelta atrás. El “sálvese
quien pueda” era un grito silencioso de los que tejían alianzas con los que se intuía
que iban quedar a flote.
La primera reunión con las
familias de los niños de los grupos involucrados fue un desahogo de personas
indignadas que necesitaban gritar su enojo, reclamar, pedir todas las explicaciones
que no alcanzarían, insultar con razón, insultar sin razón pero con la
convicción de que los vecinos de un barrio humilde si no gritan no los escucha nadie. Hubo que poner el cuerpo a la
situación dando la cara por lo que otros habían hecho mal o no habían hecho.
Mucha tensión en una reunión que no distinguía jerarquía; el sistema éramos nosotros y había que recibir los golpes de la manera más digna que
se pudiera.
Muchos de nosotros nunca
habíamos estado en una situación semejante, no había ensayo previo, no había margen para
eso. Había que actuar, reflexionar, evaluar y corregir en la marcha misma.
Todos teníamos alguna pequeña experiencia capitalizada para utilizar en ese
momento límite y como malos actores que se corrigen en escena nos hacíamos
señas y pegábamos algún codazo para cambiar de dirección en el medio del río.
Porque hubo puesta en escena
de ambos lados; los padres necesitaban odiar a alguien por un rato, demostrar
que podían gritar más fuerte y aprovechar para sacar afuera dolores viejos,
heridas no curadas de abusos pasados como cicatrices que por alguna razón
querían poner a la vista. Nosotros, por otro lado, queríamos demostrar que
podíamos estar a la altura de las circunstancias a partir de ahora. Había que
bajar la cabeza y dar la razón como única receta para reconstruir ese lazo roto
con la comunidad.
Todo pasó en minutos, los
ánimos se calmaron, se hicieron reuniones pequeñas (como cambiando el
escenario), entrevistas individuales y confección de actas de los distintos
reclamos que se hacían a la escuela. No faltaron pedidos de disculpas de
algunos padres, alguna sonrisa y algún apretón de manos también. Un padre dijo
“son cosas que pasan” y se fue despidiéndose hasta mañana.
En los días siguientes se
convocó a reuniones de padres por grado para habilitar la escucha que había
faltado y hacer circular la palabra como herramienta para reencontrarse con la
comunidad y no para excluirla. El EDIA sumo algo de esa palabra tratando de
explicar lo inexplicable: la escuela como cuidadora de niños, función esencial
si las hay, no había cuidado. En el medio había una multiplicidad de
indicadores que denotaban a docentes que despreciaban a sus alumnos, que no
solo no cumplían su deber de enseñar sino que se permitían el maltrato y el
ninguneo hacía la mayoría de los padres gozando de una impunidad notoria.
La escuela tenía fama de
difícil y cuando se habla de escuela difícil se habla de los alumnos o de
comunidad. Nunca de los docentes. Estigmatización
dirán los apuntes guardados en alguna caja perdida de nuestras casas.
La realidad mostró, sin
embargo una comunidad presente, respetuosa, interesada y colaboradora. Se multiplicaban las anécdotas de padres
ofreciendo su tiempo o trayendo alguna propuesta de ayuda que fueron ignoradas
por una escuela sorda. Muchas de las familias tenían el peor defecto que pueden
encontrar una mirada clasemediera del docente promedio: ser pobre.
Abrir espacios de escucha es
también abrir la caja negra de las miserias humanas, de la vida que llevan los
hacinados históricos. De los que no han sabido de leyes que los cuiden ni que
les pongan limite. De los que están al margen y solo tiene su propia saliva
para curar sus heridas. Abrir espacios de escucha es también un riesgo que hay
que saber contener; porque ese otro se parte en pedazos que después hay que
ayudarlo a juntar.
Lo más placentero iban
siendo los talleres con los niños. Eran espacio para hablar y jugar, pero sobre todo para ayudarlos
a hacer algo que está en la lista de las cosas que les pedimos pero hacemos
poco: reflexionar.
El EDIA de San Fernando es
un equipo en formación y como tal esta experiencia lo ayuda a crecer y
afianzarse como tal. Conocer a tu par en la emergencia tiene esa cosa de darte
cuenta, en el mejor de los casos, que podemos complementarnos en la riqueza del
otro y aportar impronta propia en los momentos que hace falta. Conocer a tu par
en la emergencia hace visible la presencia o ausencia de la sensibilidad del
otro. Porque las flaquezas y las riquezas están expuestas en la práctica misma.
Reconocer las grandeza del otro es tan importante como contenerlo en su
limitación. Es el momento en que los conceptos se tornan hechos y uno siente
que por algo ha elegido estar donde está. Incluso cuando el día anterior en
algún momento de crisis hubiera pagado por haberse dedicado a ser carpintero o
peluquero.
Como suele ocurrir la
denuncia de abuso provoca una onda expansiva en todas las direcciones. Una onda
que avanza y va despertando traumas dormidos e injusticias que nadie escuchó en
su momento. El abuso o la presunción de abuso hace hablar de “los abusos”
pasados y presentes. Una escuela abusiva, algunas docentes abusivas, adultos
reconociendo haber sido abusados de pequeños, niños recordando abusos perdidos
en el tiempo.
Una niña que encuentra en el
equipo a algunos adultos que le proponen hacer lo que todo adulto debería hacer:
“cuidarla”, decide contar que fue abusada hace tiempo. Los detalles no vienen
al caso pero lo cierto es que pidió ayuda porque a su infancia la despojaron de
su inocencia y ella todavía no pudo entender por qué. Tiene una angustia que le
oprime el pecho y ha encontrado una hendija por donde salir.
Se convoca a sus padres para
informar los dichos de su hija y la familia ya estaba prevenida por la niña que
solo le preocupaba no provocar peleas entre su familiares. Comprensivos todos
pedían asesoramiento lamentándose no haber cuidado a su hija como pretendían.
La madre llora y el padre solo hace
silencio. La niña había pedido estar presentes y se les propone calmarla en la
reunión misma, contenerla, con palabras, con gestos, con abrazos, con lo que
salga. La niña entra y el padre que no había dicho una palabra la abraza, la
tía y la madre hacen lo mismo y lloran todos. Algo del rol de padres que se
había corrido de lugar vuelve a su sitio. El abrazo sanador había aparecido
después de tres años y tal vez era hoy el día en esa niña pudo torcer su
destino. La escena era muy fuerte más por el impacto en la vida de una niña que
por las lágrimas mismas. La palabra tranquilizadora, contenedora y orientadora
la había hecho circular una compañera del EDIA recién llegada. Tenía todavía la
nota de su coloquio abajo del brazo cuando sintió que hoy ella portaba la
palabra necesaria y sin pedir permiso la ofreció. Y lo bien que hizo.
Provocar el abrazo necesario
no estaba en ninguna guía de orientación pero es lo que se logró. Me cuesta
todavía pensar en logros en un contexto así. Que una escuela funcione bien
depende de tantos factores que escapan a nuestras posibilidades como equipo que
casi ni tiene sentido ponerlo como horizonte. Y pensar que por lo menos nosotros
hicimos un buen trabajo no me alcanza.
Quizás sea omnipotencia, puede
ser. Lo que estoy seguro es que muchas situaciones grandes y minúsculas
quedarán en nuestro haber como profesionales y esencialmente como personas. Nadie
sale ileso de una situación así pero también habría que saber que la fortaleza
está llena de cicatrices.
Y como a las palabras se la
lleva el viento y en el sistema educativo lo que no está escrito no existe esté
registro pretende dejar aunque sea una mirada propia en ese mar de olvidos que
es la vida. Reflejando la tarea de un grupo de personas que eligieron realizar
su trabajo profesional en algo todos llaman el EDIA.
Equipo de Infancia y Adolescencia de San
Fernando.
Octubre de 2016.